Descripción
Esta obra del maestro Caravaggio es también conocida como La Peregrinación de Nuestro Señor a Emaús o simplemente La Cena de Emaús. La pintura muestra el momento en que los dos apóstoles que lo acompañan se dan cuenta de que quién les ha estado hablando todo el día ha sido su amado maestro.
Pintado en el apogeo de la fama del artista, este es uno de los cuadros religiosos más impresionantes de la historia del arte. En esta pintura, Caravaggio captura brillantemente el clímax dramático del momento, el segundo exaxto en que los discípulos de repente comprenden quien ha estado frente a ellos desde el inicio. Sus acciones y reacción natural transmiten su asombro dramático: uno está a punto de saltar de su silla mientras el otro extiende los brazos en un gesto de incredulidad. La cruda iluminación subraya la intensidad de toda la escena.
En la obra, Caravaggio muestra a los discípulos como trabajadores ordinarios, con caras barbudas, arrugadas y ropas andrajosas, en contraste con el joven Cristo sin barba, que parece haber llegado desde un mundo diferente.
Hay algunos secretos escondidos en varios puntos. En la obra el artista escondió un huevo de Pascua, por ejmplo. La sombra proyectada por la canasta de frutas en la mesa también parece retratar un pez, lo que podría ser una alusión al gran milagro.
Y hay más tesoros escondidos en esta obra maestra. A veces, un defecto no es un defecto en absoluto, sino un golpe de genialidad. Tomemos, por ejemplo, el tejido de la cesta de mimbre que se tambalea en el borde de la mesa en el centro de la pintura.
Aunque innumerables ojos se han maravillado ante el misterioso drama que se desarrolla en el interior sombrío de aquella posada, el significado de una imperfección casi imperceptible ha pasado hasta ahora desapercibido a través de los siglos.
Una ramita suelta, que sobresale de la trenza del tejido, transforma el célebre lienzo de Caravaggio en un acto atrevido, un desafío espiritual para el observador.
Para apreciar todas las implicaciones de este pequeño detalle, vale la pena recordar los contornos del ambiente general que Caravaggio estaba evocando en su obra.
El tema de La Cena de Emaús, es algo que ha inspirado a grandes maestros de la historia, desde Rembrandt a Velásquez. El momento clave es narrado en el Evangelio de Lucas en el Nuevo Testamento. Allí se cuenta la historia de la comida íntima de Cristo con los dos discípulos, Lucas y Cleofás, quienes ignoran la verdadeda identidad del acompañante. En la pintura el pan ya ha sido partido y bendecido, y ha llegado el momento, según el relato del Evangelio, de que Cristo "abra" los ojos de sus seguidores y desaparezca "de su vista".
La obra maestra captura un umbral místico entre las sombras y la luz, el segundo mágico antes de que Cristo, quien está envuelto por la silueta de un extraño detrás de él, desaparece del mundo. En ese inconmensurable instante entre la revelación y la desaparición, Caravaggio hila su trama, el encuentro magistral entre dos mundos.
Cuando la verdad se revela el tío paterno de Cristo, Cleofás, se levanta de su silla preso del pánico y asombro ante la revelación: sus codos se elevan dinámicamente a través de las mangas de su abrigo.
Al otro lado del frutero de mimbre, a la derecha, Lucas abre los brazos de par en par, como reclamando la inverosimilitud de la escana, dibujando la misma postura en la cruz al momento de su dolorosa muerte. Entre tanto, el posadero se muestra imperturbable, observando sin comprender mientras escucha las palabras que Cristo ha hablado a sus atónitos discípulos, incapaz de captar el significado de un momento trascendental para la humanidad.
Caravaggio debe haber sido consciente al coreografiar esta escena extraordinaria, balanceándola entre el reino perecedero y uno que está más allá. Una cosa es ilustrar un momento de revelación que otros artistas se han atrevido a captar en el arte. Otra cosa es hacer que los observadores de su obra participen realmente en el asombro de la epifanía: transformar el lienzo en el escenario mismo en el que un despertar espiritual es potencial y real.
Allí en ese momento de asombro colectivo, el hijo amado de Dios, el esperado mesías, se ha hecho realidad y cumple a cabalidad todas las escrituras.
La elección de la fruta en la mesa es deliberada también por supuesto; porque combinado con los demás elementos de la mesa, éstas tienen un significado simbólico. La manzana, aquí pudriéndose, representa el símbolo de la tentación y de la caída del hombre. La venida de Cristo está simbolizada por el rayo de luz reflejado a través del recipiente de vidrio sobre el mantel, que puede entenderse como un símbolo del nacimiento virginal - la luz penetra en el vidrio sin romperlo - y el pan es fácilmente reconocible como símbolo del cuerpo del Cristo, su encarnación.
Finalmente, el sacrificio de Cristo está simbolizado por las uvas que Bellori critica. Las uvas son la fuente del vino, que se convierte, en la Eucaristía Católica Romana, en la Sangre de Cristo. En consecuencia, Caravaggio ha utilizado la canasta de frutas para enfatizar y apuntalar el significado de la historia que ha pintado.
Caravaggio ha optado por representar en esta obra un momento dramático en la historia de la humanidad, a saber, esa fracción de segundo en la que dos apóstoles cercanos se dan cuenta de estar presenciando un milagro de poder inimaginable. El gran artista congela el momento de forma magistral. El artista convierte ese momento en algo permanente, mientras permite al observador tomarse su tiempo, considerar el milagro plasmado en el lienzo y experimentar esa sensación de conmoción y asombro que sintieron los dos apóstoles.
Esta es sin duda una verdadera obra maestra del renacimiento y una pintura religiosa favorita del equipo de Kuadros.
Los Discípulos De Emaús ocupa el puesto no. 82 en la lista de pinturas famosas