Descripción
La obra maestra de Murillo goza de su admiración no solo por su encanto cautivador y suave, sino también porque difícilmente sería posible expresar de manera más perfecta la misión de la institución. La visión de Jesús distribuyendo pan nos recuerda el deber del cristiano de cuidar a los que se quedan en el camino, un deber que se origina en el mismo Cristo. Sin embargo, lo afirma con una naturalidad evidente, libre de matices didácticos.
Es una composición barroca con el Niño en el centro; su rostro, no deja rastro de la alegría característica de los jóvenes mendigos de Murillo. Es un rostro infantil, encantador, pero exaltado y espiritualizado. La pintura del cuerpo indica cuán de cerca observaba Murillo las proporciones y movimientos de los niños pequeños. Igualmente hermoso y exaltado es el rostro del ángel ministrador. María, sentada detrás del Niño, es la encarnación de la maternidad, un ser humano de esta tierra, bella pero sin verdadera belleza, ansiosa y preocupada mientras mira a su pequeño hijo. En el siglo XVII se utilizaron pinceladas sutiles y tonos cuidadosamente seleccionados para separar lo terrenal de lo celestial.