Descripción
En 1821, el pintor británico John Martin presentó al mundo una de sus obras más monumentales y dramáticas: Belshazzar’s Feast. Esta pintura, que captura el momento bíblico en el que el rey de Babilonia presencia la aparición de la misteriosa escritura en la pared, es una demostración magistral de la ambición artística de Martin y de su capacidad para conjugar el espectáculo visual con un profundo sentido narrativo. La escena representa el banquete opulento del rey Belshazzar, interrumpido por la aparición sobrenatural de las palabras "Mene, Mene, Tekel, Upharsin", un mensaje divino que anuncia la inminente caída de su reino.
Lo que distingue esta obra no es solo la espectacularidad de su escala y su dramatismo, sino la forma en que Martin supo convertir una historia bíblica en una experiencia sensorial casi cinematográfica. La pintura es un despliegue de arquitectura colosal, con columnas, terrazas y escalinatas que parecen extenderse hasta el infinito. Esta fascinación por la monumentalidad arquitectónica es una de las marcas distintivas de Martin, quien encontraba en las ruinas antiguas, las descripciones bíblicas y los grabados arqueológicos la inspiración para construir sus visiones fantásticas. No es casual que algunos críticos modernos vean en sus cuadros un antecedente de las grandes producciones visuales del cine épico.
La luz juega un papel clave en Belshazzar’s Feast. Martin utiliza una iluminación teatral, casi escénica, donde la oscuridad de la sala contrasta violentamente con el resplandor sobrenatural de la escritura divina. Este manejo de la luz no solo resalta el mensaje profético, sino que guía la mirada del espectador, sumergiéndolo en el desconcierto y el terror de los personajes. La composición está cuidadosamente calculada para crear una sensación de vértigo y sobrecogimiento. Desde el punto de vista técnico, Martin combina un detallismo minucioso en las figuras humanas con un enfoque mucho más suelto y atmosférico en las arquitecturas y cielos, un contraste que refuerza la sensación de inmensidad y pequeñez humana ante lo divino.
A pesar de su éxito popular, la obra no fue siempre bien recibida por la crítica académica de su tiempo. Algunos la consideraban excesiva, acusando a Martin de sacrificar la sutileza y la verdad emocional en favor de un espectáculo fácil. Sin embargo, este rechazo por parte de la crítica institucional no hizo más que consolidar su fama entre el público, que encontraba en sus escenas apocalípticas y grandilocuentes una fuente de asombro y entretenimiento.
Lo que muchos desconocen es que John Martin no solo fue pintor, sino también inventor y urbanista aficionado. Diseñó proyectos utópicos para mejorar el sistema de alcantarillado de Londres y elaboró propuestas para transformar la ciudad con grandes espacios públicos y estructuras monumentales. Esta mente visionaria, fascinada tanto por el arte como por la ingeniería y la tecnología, se refleja en sus cuadros, que parecen planos arquitectónicos de mundos imposibles.
Además, Belshazzar’s Feast tiene una historia material peculiar. La versión original fue destruida en un incendio en 1860, por lo que lo que conocemos hoy es una segunda versión, realizada por el propio Martin. Este hecho añade una capa de rareza a la obra: es a la vez una obra maestra y una recreación de sí misma, un eco de un original perdido, lo que hace de ella una especie de reliquia que evoca su propia desaparición.
En la actualidad, Belshazzar’s Feast se estudia no solo como una pintura bíblica, sino como un símbolo de un momento específico en la historia de la pintura británica, donde lo sublime, lo tecnológico y lo apocalíptico se dieron la mano. John Martin, con su habilidad para traducir relatos ancestrales en imágenes de impacto universal, sigue siendo un creador que desafía etiquetas, un artista adelantado a su tiempo cuya obra dialoga tanto con el arte romántico como con la ciencia ficción visual del presente.

