Descripción
Autorretrato pintado a principios de la década de 1790, Goya está trabajando en un gran lienzo, probablemente un retrato, con los ojos desviados hacia el sujeto. La brillante luz del sol entra a raudales por una ventana detrás del pintor, que lleva un curioso sombrero con candelabros en el ala. Sin duda, fue como retratista que Goya ganó fama. Solía pintar retratos en una sola sesión y estos eran los más realistas.
Goya se presenta aquí deliberadamente como vulnerable y frágil, revelando la faceta más serena y acogedora de su personalidad. Un fondo oscuro pintado con pinceladas cruzadas rápidas y enérgicas da presencia a su levita de color marrón rojizo, que contrasta con su camisa muy blanca de cuello abierto, ambas pintadas con pinceladas más finas que el fondo. Esta técnica, a la manera veneciana, acentúa la piel suave, sonrosada y algo flácida de Goya en el umbral de la vejez. El elaborado material, de una riqueza excepcional, resalta la luminosidad de su rostro, que necesita muy poca luz para destacarse en la “atmósfera” casi velazqueña que lo rodea. Este autorretrato es muy diferente al del artista ante su caballete. Aquí ya no se mira en un espejo, sino que dirige su mirada al espectador. Está firmado y fechado en el fondo a la izquierda, inciso en la pintura, quizás con la punta del mango del pincel.